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domingo, 6 de agosto de 2017

“El Fuego griego” I

El Fuego marino, Fuego romano –como lo llamaron los árabes– o Fuego griego –como lo bautizaron los cruzados– fue un arma incendiaria utilizada por el Imperio bizantino en numerosas batallas navales, encuadrada entre los siglos VII y XIII, y que poseía la capacidad de arder sobre el agua o, incluso, en contacto con ella y que era muy difícil de apagar. 


“El fuego griego fue una sorpresa táctica decisiva en los dos grandes asedios árabes de Constantinopla de 674-678 y 717-718”, como explica José Soto, experto en Historia Medieval e investigador del Centro de Estudios Bizantinos, Neogriegos y Chipriotas de Granada (España). 


Utilización del fuego griego en la batalla

“Estos dos asedios, donde el fuego griego fue esencial, determinaron la historia universal. De haber triunfado los árabes, la Europa tribal del siglo VII no habría podido resistir y sería el Islam la civilización hegemónica en nuestros días”, añade Soto. 

En un principio, el Fuego griego era arrojado desde las embarcaciones bizantinas hacia el área donde se encontraban los barcos enemigos. Solo bastaba una flecha en llamas para que toda el área, tanto de barcos como la superficie misma del agua, se convirtiera en un ardiente infierno. Literalmente, no había flota enemiga que pudiera soportar un ataque con esta letal sustancia ya que, según varias narraciones de la época, el Fuego griego no solo flotaba en el agua sino que, además, se adhería a su víctima (muy similar al napalm de las bombas de hoy en día)

El "lanzallamas" bizantino
Con el tiempo, se fue adaptando a catapultas y herramientas de asedio, siendo utilizado para amedrentar a los defensores de fortalezas y ciudadelas. Pero más impresionante aún fue que, a mediados de la Edad Media, fuera adoptada como arma portátil. Esta especie de "lanzallamas" estaba compuesto por una especie de mochila, unida a una boca metálica por una manga, y que actuaba de manera que el operario, con tan solo accionar una bomba manual, podía descargar una inmensa llamarada sobre las posiciones enemigas.

Cuando el portador del ingenio accionaba la bomba, el líquido de la mochila era proyectado a través de la manga. En la punta de la boca, generalmente en forma de dragón o cabeza de león, había una pequeña bujía que permanecía siempre encendida, de modo que, al entrar el compuesto en contacto con la llama, este se inflamaba y llegaba a la línea enemiga convertido en una bola de fuego, virtualmente inextinguible.

Nadie sabe a ciencia cierta en qué consistía el fuego griego. Los bizantinos guardaron celosamente el secreto de su composición, de la que solo restaron suposiciones. “No se puede poner en duda la existencia del fuego griego, pero hay que tener en cuenta que fue el secreto militar mejor guardado de la Historia”, asegura Soto. “Los técnicos que lo fabricaban no tenían ningún contacto con el mundo exterior”. 


Tras varias investigaciones, se dedujo que consistía en un líquido inflamable basado en un compuesto de hidrocarburos de baja densidad. Sin embargo, hay numerosas hipótesis acerca de los ingredientes del compuesto, siendo la más aceptada la que incluye los siguientes siete ingredientes:

·                 Petróleo puro (nafta), capaz de flotar sobre el agua.
·                Azufre, que arde con gran virulencia.
·                Cal viva, cuya cualidad consiste en entrar en combustión en contacto con el agua liberando cantidades de calor capaces de encender un fuego.
·                  Resina, para activar la combustión.
·                 Grasas animales, que servían para aglutinar los ingredientes.
·          Nitrato potásico, que libera grandes cantidades de oxígeno al entrar en combustión.
·                 Salitre, que actúa del mismo modo que el nitrato potásico.

“La nafta, muy inflamable y que no se mezcla con el agua, y el azufre actuarían como combustible”, explica Justo Giner, doctor en Química de la Universidad de Oviedo (España). “El nitrato aportaría el oxígeno necesario para que arda el combustible, como ocurre en los fuegos artificiales y la pólvora, que contiene un 75% de nitrato de potasio y un 15% de azufre”, añade Giner.

Con un combustible que arde –nafta y azufre– y una sustancia que aporte oxígeno –nitrato–, solo faltaría una chispa que encendiese el fuego. “Al entrar en contacto con el agua, la cal viva eleva su temperatura por encima de 150ºC, por lo que actuaría como mecha encendiendo el combustible”, explica Giner.

Algunos documentos hablan de “truenos” y “mucho humo” durante los ataques con Fuego griego. Según Giner, “Cuando una reacción forma una gran cantidad de gases, estos se expanden generando altas presiones, por lo que se producen explosiones”. Giner también señala que el humo que produciría un fuego como este sería tóxico. “En general los gases derivados del uso del arma, especialmente debidos al azufre y al amoníaco, formarían un cóctel muy venenoso”. 

Versión más robusta del "lanzallamas"
Se sabe que fue inventado en el 670, por Callicinus, en Constantinopla. Callicinus fue un arquitecto de Heliopolis, en la provincia de Judea (aunque varios historiadores fechan el descubrimiento varios siglos antes, en Alejandría. Esta discrepancia radica en que existen registros del 400 a. C. mencionando una sustancia similar). Al mostrarle a la junta de generales la capacidad de su descubrimiento, estos decidieron guardarla bajo el mayor de los secretos, asesinando a cualquiera que conociera su composición y limitando la elaboración a un selecto grupo de alquimistas de confianza, que trabajaban bajo estricto control del Imperio. El secreto se mantuvo tan bien que, a día de hoy, nadie sabe de qué estaba compuesto.

“En la Antigüedad, griegos y romanos usaron líquidos inflamables parecidos, pero sin el poder del arma de Callínico”, comenta Soto. “Más tarde, árabes y cruzados intentaron copiarlo y solo consiguieron compuestos de peor calidad y sin los devastadores efectos del fuego griego”.

Según algunos investigadores, entre los que se incluye Soto, puede que Callínico utilizara los estudios (hoy perdidos) de Esteban de Alejandría, uno de los mayores alquimistas, ópticos y astrónomos de la Antigüedad, que se trasladó en 616 a Constantinopla. 


Pepe Cocodrilo

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